Por El Santo Político
El 25 de noviembre nos invita, una vez más, a mirar de frente la tragedia cotidiana de la violencia contra las mujeres. Pero, ¿qué pasa cuando ese espejo refleja cifras alarmantes, rostros invisibilizados y un estado –como Guanajuato– que parece ahogarse en la retórica y la indiferencia?
Guanajuato, bastión del desarrollo industrial y motor económico del Bajío, también es un epicentro de la violencia de género en México. Este contraste, tan brutal como revelador, evidencia que la riqueza y el progreso no son barreras suficientes contra un problema que encuentra raíces en la impunidad, la desigualdad y una cultura machista que, a pesar de los discursos, sigue viva y coleando.
Las cifras que incomodan
Hablemos de números, porque ellos tienen el peso de la verdad. En Guanajuato, más de 18,000 denuncias por violencia familiar se registraron en 2022, colocándolo entre los estados con mayor incidencia. Más de 10 mujeres son asesinadas al día en México, y aunque en Guanajuato no se clasifiquen todos como feminicidios, los casos siguen apareciendo en los titulares.
¿Feminicidios? Sí, pero mal contados. Muchas muertes violentas de mujeres no alcanzan esta categoría porque las autoridades locales prefieren tapar el sol con un dedo: si no lo llamas feminicidio, la estadística no crece, y la problemática queda en el olvido.
¿Y las órdenes de protección? Apenas una fracción de las mujeres que denuncian logran acceder a esta herramienta. En el mejor de los casos, llegan tarde; en el peor, no llegan nunca.
El silencio rural
Si Guanajuato es un campo de batalla para las mujeres en las ciudades, en las comunidades rurales el panorama es desolador. Aquí, la falta de acceso a servicios de atención y justicia convierte a las mujeres en víctimas invisibles. La violencia no solo es física; es estructural. Sin transporte, sin recursos y sin apoyos gubernamentales tangibles, muchas simplemente no tienen a dónde ir.
Hablemos claro: los programas educativos y las campañas de sensibilización son un buen comienzo, pero no están alcanzando las zonas marginadas. Guanajuato sigue siendo un estado de dos caras: el brillo industrial y la sombra de las comunidades olvidadas.
¿Quién cuida a las que cuidan?
Los Centros de Justicia para las Mujeres (CJIM) han intentado llenar los huecos de un sistema que no protege, pero están sobrecargados. Las cifras son contundentes: la demanda supera la capacidad. Y los refugios, en su mayoría, dependen más de la voluntad de las organizaciones civiles que del apoyo gubernamental.
Es aquí donde los colectivos feministas han tomado un rol protagónico. ‘Las Libres’, por ejemplo, han hecho más por las mujeres víctimas de violencia que muchas instituciones oficiales. Pero no debería ser así. No podemos seguir dejando en manos de las ONG lo que es, por obligación, tarea del Estado.
El teatro político del 25N
Cada 25 de noviembre, las calles de León, Irapuato y Guanajuato capital se llenan de voces que gritan por justicia. Familias de mujeres asesinadas, colectivos y activistas toman las plazas para exigir respuestas. Pero el eco de esas marchas rara vez llega a las oficinas de gobierno.
Es cierto, el gobernador pasado y ahora la gobernadora Libia Denise García han hecho discursos comprometidos con la igualdad de género. Sin embargo, esos compromisos deben ir más allá de las palabras. Las marchas no son un llamado anual; son un recordatorio constante de que las mujeres siguen muriendo y las soluciones no llegan.
¿Dónde están los recursos prometidos para los refugios? ¿Dónde están los programas efectivos para prevenir la violencia en las comunidades rurales? ¿Dónde está la justicia para las miles de mujeres que ya no están?
La otra cara del progreso
Guanajuato tiene todo para ser un ejemplo nacional: recursos, infraestructura y un corredor industrial que impulsa la economía nacional. Pero no puede llamarse un estado próspero mientras las mujeres sigan viviendo con miedo. El desarrollo no se mide solo en números económicos, sino en calidad de vida, y para las mujeres de Guanajuato, esa calidad sigue siendo un sueño lejano.
El 25N debería ser un día de reflexión, sí, pero también de acción. No basta con marchar, no basta con declarar: “La violencia contra las mujeres es inaceptable”. Hay que construir refugios, capacitar a las autoridades, garantizar que las órdenes de protección sean más que papel mojado y, sobre todo, enfrentar la impunidad que alimenta esta crisis.
Porque mientras el espejo siga roto, lo único que veremos será el reflejo de nuestra indiferencia.