En entrevista, el Gobernador de Guanajuato, Diego Sinhue Rodríguez Vallejo, defendió el gasto de más de 300 millones de pesos que se han ejecutado en eventos de espectáculo y farándula con el argumento de que se está cumpliendo con el deseo del pueblo. Sin embargo, esta postura es cuestionable cuando se considera la efectividad y equidad en el uso de los recursos públicos.
En este sentido el gobernador hizo hincapié en la inversión realizada en el Festival Cervantino durante su sexenio, en donde dijo que se han destinado más de 600 millones de pesos, con un gasto promedio de 120 millones por año, del que dijo que, aunque este festival es reconocido internacionalmente, la asistencia limitada sugiere una desconexión entre el gasto y el impacto real en la población guanajuatense.
“En el sexenio, en el Cervantino nos gastamos más de 600 millones de pesos, cuesta más de 120 millones por año, y solo van pocas personas, pero como son fifís no dicen nada”
“Lo que es para el pueblo bueno y sabio se enojan, dejen que la gente también tenga derecho a disfrutar, no solo los que pueden ir a las vegas” dijo Rodríguez Vallejo.
La comparación entre el Festival Cervantino y los eventos de espectáculo de gran renombre, como la promoción de Guanajuato en el sencillo “la mala” de Belinda, en donde se gastaron 5 millones de pesos, revela una perspectiva problemática, ya que gastar grandes sumas de dinero en eventos exclusivos mientras se minimiza el impacto cultural en la población local.
La justificación del gasto en espectáculos de alto perfilpuede parecer una forma de atraer turismo, pero plantea dudas sobre la verdadera prioridad del gobierno: ¿es la satisfacción momentánea de unos pocos o la promoción de una cultura rica y accesible para todos?
El argumento de Rodríguez Vallejo de que el presidente Andrés Manuel López Obrador también apoya el entretenimiento para los de bajos recursos, aunque puede tener buenas intenciones, no justifica la falta de una estrategia coherente que equilibre eventos de gran escala con iniciativas culturales que beneficien a la mayor parte de la población.
La accesibilidad cultural no debe depender de eventos de alto perfil que, aunque atractivos, pueden no llegar a todos los rincones del estado.
En lugar de cerrar su mandato con un enfoque en eventos de espectáculo que solo benefician a una parte selecta de la población, el gobernador debería reflexionar sobre una distribución más equitativa de los recursos. Promover la cultura local, apoyar a los artistas emergentes y ofrecer una variedad de eventos accesibles para toda la población debería ser el verdadero objetivo.
La gestión cultural no debe ser un espectáculo sino un esfuerzo genuino por enriquecer la vida cultural de todos los ciudadanos.
El legado del gobierno no se mide solo en términos de eventos rimbombantes, sino en la capacidad de construir una infraestructura cultural que apoye y celebre la diversidad y la inclusión.
La pregunta que queda es si el gasto en espectáculo realmente cumple con las expectativas del pueblo o si, en última instancia, refleja una falta de visión integral para el desarrollo cultural y social del estado.